Algunas veces lloro de alegría al escuchar una canción; me lleno de belleza al ver una foto de ya hace algún tiempo; me invade la melancolía al recordar un viejo amor regocijándome de los momentos vividos reconociendo el crecimiento que estos me proporcionaron; me siento satisfecho al escuchar a los jóvenes repetir lo que en su momento sostuve y creí; me da coraje al ver como estos jóvenes “desperdician” el tiempo haciéndome recordar que fui igual; me entristece cuando, al pasar por una escuela primaria, me llegan los olores típicos del salón de clases y no me acuerdo de muchos de mis compañeros y maestros; me enorgullece el poder manejar mis recuerdos, a sabiendas de que no hay experiencias ni buenas ni malas, sino solo eso: experiencias, y que de mí depende dónde ponerlas; y finalmente me lleno de todas las emociones a la vez cuando puedo tratar al perdón poniéndome en primer plano, para así no tenerle que reclamar nada a mi pasado.
Es ahora, en este momento y durante todos mis siguientes momentos, que me doy cuenta de que estoy, por fin, en un proceso real de madurez, de entendimiento, de gozo, de vida y le doy gracias a la Vida por haberme dado la oportunidad de caminar por ella, de llorarla, de sufrirla, de gozarla, de odiarla, de envidiarla y, a veces, hasta de querer terminar con ella, de enseñarme todo lo que sé, de hacerme quien soy y de ponerme en el camino de entender de lo que se trata.
Creo que todos caminamos por el mismo camino, solo utilizando diferentes veredas, algunos llegan antes que otros, otros probablemente nunca llegan. La oportunidad de la Vida no se la niega a nadie. Todos comenzamos en la misma escuela, desnuditos e inútiles, con las mismas limitaciones, mismos defectos y mismas opciones; depende de cada quien lograr entender lo que la Vida trata de enseñarnos.
Así pues: Vida, ¡ahora es cuando!
Por Miguel De Quevedo Jiménez
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