Casi todos tenemos alojado en la memoria, desde la escuela primaria supongo, que los inventores del cinematógrafo fueron los Hermanos Lumiere, pero y ¿qué hay de aquellos que llevaron a cabo el gran logro de sentar las bases del séptimo arte tal y como hoy lo conocemos? Para tal hazaña se necesitó de un hombre que en primera instancia intuyera algo que ni los creadores de este maravilloso aparato eran capaces de inferir: que el cinematógrafo no sólo serviría para registrar realidades, única cualidad que le confirieron los hermanos parisinos, sino para fabricar ficciones. Este visionario francés fue Marie George Jean Méliès nacido en 1861, empresario zapatero por herencia y quién desde el momento en que asistió a aquella célebre primera proyección cinematográfica en el Salón Indien de París allá por 1895, se entregó por completo con ayuda del nuevo invento a conseguir lo imposible y poder así consumar el sueño que lo obsesionaba desde su niñez: ser mago.
Así es como en el desarrollo de tal empresa, monsieur Méliès creó el cine narrativo, ya que al escribir, producir, dirigir, editar, filmar, revelar, colorear, comercializar y hasta actuar en sus más de 500 películas cortas, las cuales realizó a lo largo de dieciséis años, creó los géneros de ciencia ficción, el terror, el cine animado, las adaptaciones, los desnudos y de paso los comerciales. A su vez también fue inventor y precursor de un sinfín de recursos y técnicas cinematográficas como el efecto de sustitución de elementos, el color, las disolvencias, el fundido, y la doble exposición del negativo entre otras. Asimismo instaló lo que muchos consideran el primer estudio de cine en el mundo, al que equipó con un laboratorio y en el que construyó escenografía y maquinaria teatral tales como sistemas de iluminación eléctrica y sistemas mecánicos de aprovechamiento de luz natural, decorados generalmente pintados en un telón, maquetas, vestuarios, autómatas y maquillaje, entre otros artilugios.
Benditas las circunstancias que hicieron posible que un instrumento con las características del cinematógrafo coincidiera en tiempo y espacio con una imaginación, pasión y entrega como las de Méliès y que dieron paso a la conformación de una perfecta relación simbiótica, en la que por un lado el nuevo invento requirió de un visionario que pudiese aprovechar las potencialidades artísticas y comerciales para así poder perpetuarse y por el otro el ilusionista necesitó de un medio que le permitiera expandir sus capacidades creativas. Si bien Méliès llevaba años entregado al diseño y producción de espectáculos de magia e ilusionismo en su teatro Robert Houdini en los que recurría a los efectos ópticos mezclados con escenas cómicas y en los que él mismo fabricaba toda clase de artefactos y mecanismos para los trucos, no había podido abrir la puerta definitiva para adentrarse en el mundo fantástico, posibilidad que vio materializada con el cine.
Además de su genialidad, Mèliés nunca supeditó la libertad artística a las ganancias económicas, comportamiento que difícilmente podemos encontrar en los individuos que forman parte de la voraz industria del cine y que contribuyó en gran medida a la creación de imágenes únicas y extraordinarias que se han convertido en verdaderos iconos del cine. ¿Quién no recuerda aquella imagen del cohete que se colapsa en el ojo de la cara de una Luna sepia, dolorida, iracunda y por cierto recurrente en sus obras? La cual es la toma central de la que es considerada su obra maestra y además primera superproducción de la historia: “El viaje a la Luna”, cuadro que todavía nos sigue atrayendo y que por cierto ha sido recreada en más de una ocasión por directores de cine, comerciales o videos musicales. Así como éste, sus filmes guardan un caudal de asombrosas imágenes como la de los personajes que plagaban el universo Méliés que van desde pulpos, peces e insectos gigantes, camaleones, cabezas rodantes, vampiros, sirenas, hadas, soles sonrientes, faustos, demonios y demás inspirados muchas de las veces por las novelas de Julio Verne . En sus filmes habla de aventuras, catástrofes, batallas mágicas, viajes desde lo más recóndito de los océanos hasta el espacio, pesadillas y sueños. Si este listado no es suficiente imagínense lo que pueden contener filmes con títulos como La Mansión del Diablo, El libro mágico, El hombre de las mil cabezas, Los viajes de Gulliver, El reino de las hadas, 20,000 leguas de Viaje Submarino, El sueño del fumador de opio, Las alucinaciones del Barón de Munchausen o La conquista del Polo, la mayoría de las cuales dicho sea de paso tuvieron un éxito abrumador.
Paradójicamente su desapego al dinero, que por un lado le permitió llevar a ese nivel cada una de sus obras por otro se convirtió en un factor que terminó menguando su carrera, ya que los altos costos de sus producciones y el hecho que casi todas sus películas fueron copiadas y explotadas por otros, entre ellos Thomas Alva Edison, no le permitieron seguir creando más filmes. Aunado a lo anterior, la creciente monopolización de la industria, el cambio en los gustos de los espectadores y el inicio de la Primera Guerra Mundial lo llevaron a la ruina económica y desafortunadamente treinta años después de filmar su primera película, Meliés, al igual que sus obras se encontraba relegado y se dedicaba a la venta de dulces y juguetes en una pequeña tienda en la Estación de Montparnasse.
No hubiese sido raro que Méliés, como infinidad de inventores y artistas a lo largo de la historia muriera olvidado y pobre, pero la casualidad llevó a un crítico del “Ciné-Journal” al paradero del genio un día de 1926, quién lo reconociera y logró devolverlo a la escena. El artista es condecorado con diversos premios, se hace acreedor a una pensión vitalicia, se vuelven a exhibir sus películas y es alabado por infinidad de críticos, historiadores y nuevos directores quienes reconocen ya su inapreciable contribución al cine. Cabe señalar que a la par que todo esto sucedía el ya vetusto Mèliés seguía vendiendo dulces, cosa que hizo hasta su muerte siete años después a causa de un rápido cáncer. El mismo no lograba entender el por qué de todo el alboroto que causaba su resurgimiento tal vez porque su único objetivo fue desde un primer momento el de entretener y no el de convertirse en un artista inmortal, papeles que al final supo manejar conjuntamente a la perfección, porque si bien contribuyó a elevar al cine a la categoría de arte, arte que atinadamente decía era un compendio de todas, simultáneamente lo convirtió en un espectáculo, espectáculo que lejos de apagarse nos sigue maravillando, seduciendo, deleitando y haciéndonos vivir fantasías.
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