Corría el año de 1926, cuando un joven de 26 años abandonaba la sala de un cine, decidió entrar a uno de los numerosos cafés de la bulliciosa Avenida de la Rue en les Champs Elysees, en el mero corazón de París, el frío del otoño se dejaba sentir y este joven repetía en su mente, “desde hoy, solo me dedicaré a hacer cine”… Era Luis Buñuel y había quedado impresionado con la película de Fritz Lang, “Der Mude Tod” (Las tres luces).
Dos días después, se ofreció como ayudante de Jean Epstein colaborando como asistente de dirección en el rodaje de la película les Aventures de Robert Macaire, Maupranty y después en la Chute de la Maison Usher, filme que no termina por una discrepancia entre estos dos cineastas, Epstein admiraba los filmes del gran director francés Abel Gance, mientras el vanguardista Buñuel escasamente respetaba los mismos.
Luis Buñuel, nació en Calanda, España. Su padre, Leonardo Manuel Buñuel, era un hindú fantasioso que regreso de Cuba enriquecido e instalándose en Calanda, tenía muchos amigos a los que les relataba numerosas historias de aventuras “ilusorias” que le habían sucedido y a los lugareños les afirmaba con cierta prepotencia y alarde de bravuconería que se casaría con la mujer más bella del pueblo. La muchacha elegida fue María Portolès, joven virtuosa de diecisiete tiernos años que tocaba el piano y para ella mandó construir una suntuosa mansión. María dio a luz a su primer hijo Luis, cuando la casa aun no se había terminado, precisamente antes de Semana Santa del año 1900.
Don Leonardo, convertido en un burgués severo y justo con ideas liberales se trasladó a Zaragoza donde entró en contacto con los círculos intelectuales de la capital. Solamente en verano regresaba a vacacionar en su casa de Calanda, con toda su familia; su mujer, sus siete hijos, las sirvientas y amigos de la casa. El jovencito Luis creció en un ambiente burgués, religioso y creyente. Sin embargo, entre los catorce y quince años cayeron en sus manos libros de Spencer, Kropotkin, Nietzsche y Darwin, especialmente “El origen de las especies”, y comenzó a perder la Fe en el catolicismo. Con el tiempo el hombre que declaró “Soy ateo gracias a dios” llegaría a ser el emblema viviente de un arte blasfemo e iconoclasta.
El joven Buñuel estudió el bachillerato con los jesuitas de Zaragoza y luego su padre lo envió a Madrid a que estudiara la carrera de ingeniero agrónomo. Providencialmente fue a parar a la Residencia de Estudiantes, donde conocería a los genios Federico García Lorca, a Salvador Dalí y al poeta Ramón Gómez de la Serna. Entablando una fecunda y fraternal amistad, así surgió esta trilogía de fuertes personalidades, genuinas y hegemónicas.
Buñuel, Dalí y Lorca, acostumbraban caminar por las calles de Madrid, componiendo el mundo y analizando el sentido de la estética del Surrealismo; de esta manera descubrió que su verdadera vocación no era la ingeniería, sino la carrera de Filosofía y Letras, por la cual se decidió cursar. Bullía en su interior ansia de novedades y una fiebre de vivir la vida intensamente, la cual no podía desahogar en un ambiente sobrio y académico. Por eso prefería las tertulias a las aulas, donde brillaba su desbordante imaginación y su narrativa de imágenes fantásticas. Terminó su carrera en 1923, mismo año en que falleció su padre. Dos años después se trasladaba a París.
Cuenta Buñuel en sus memorias; -Allá por el año de 1928, yo estaba interesado en el cine. Una vez en Madrid presenté una sesión de películas de vanguardia francesa. Figuraban en el programa cineastas como René Clair y Calvacanti… y no recuerdo que otros cineastas más, pero todas tuvieron un verdadero éxito. Al día siguiente me llamó Ortega y Gasset, y me dijo; “Si yo fuera joven, me dedicaría al cine.-
Luis Buñuel estuvo a punto de ingresar a las filas belicosas del grupo surrealista, que dirigía André Bretón y en él militaban Max Ernest, René Char, Man Ray, Benjamín Pérez, Louis Aragón, etc. Todavía no se incluía entre ellos a Salvador Dalí, que por ese tiempo se dedicaba a la pintura en su residencia de Cadaques, posteriormente, Buñuel haría con él, su primer guión cinematográfico, “Un perro andaluz”.
Decidí pasar la navidad con Salvador Dalí en Figueras, le dije que quería hacer una película con él, que teníamos que buscar un argumento. Dalí me dijo; anoche soñé con hormigas que pululaban por mis manos. Y yo: Hoy pues, yo he soñado que le seccionaba el ojo a alguien, bueno, creo que ahí está la película, vamos a hacerla. En seis días escribimos el guión, estábamos tan identificados que no había ninguna discusión. Escribíamos acogiendo las primeras imágenes que nos venía a la mente; sin embargo, rechazábamos todo lo que viniera de “patrones conductuales” en cultura y educación.-
La película la rodaron toda en Paris, con el dinero que le dio su madre, la presentación del filme fue un escándalo, pero también un éxito, en ciertos círculos que le aplaudieron como el gran cineasta de la vanguardia del momento. Meses después, Buñuel se reunió con Dalí y su nueva compañera, para escribir juntos su nuevo guión cinematográfico, llamado “La Edad de Oro”, con argumento y preceptos altamente surrealistas; sin embargo, las relaciones entre Dalí y Buñuel se enfriaron, por causa de la influencia que ejercía Gala sobre Salvador. Buñuel decidió terminar solo el guión y posteriormente filmó la película. En el estreno tuvo éxito y reconocimiento como un innovador dentro del cine de arte. Con el tiempo, este filme se convirtió en el icono del Surrealismo cinematográfico.
Hollywood se interesó en él y viajó a USA, estuvo en calidad de observador y ayudante del director, más no se pudo acoplar al sistema tiránico de los productores. Decidió abandonar la Meca del cine. Regresa a Paris y en 1933 se casa con Jeanne Rucar de Lille, con la cual tuvo dos hijos. En 1944 regresa a los Estados Unidos como conservador de películas para el Museo de Arte Moderno de Nueva York. En 1947 llega a México, que sería su segunda patria, para filmar la película “El Gran Casino” con Jorge Negrete, que constituyó un fracaso comercial. No obstante, pactó con la productora que realizaría dos películas económicas y rentables, para que le dejasen llevar a cabo un proyecto personal.
Éste fue, ”Los Olvidados” (1950), filme que acaparó premios, con la Mejor dirección, Mejor argumento y Mejor guión cinematográfico, en los festivales de Cannes y México. De ahí siguieron; “Subida al Cielo” (1951), “Las Aventuras de Robinson Crusoe” (1952), ”Nazarín” y otras más, acumulando galardones asombrando al mundo entero pero, por razones económicas, se vio obligado a dirigir otras películas de menor presupuesto como “La Joven”, “La Muerte en este Jardín”, “El Bruto”, “ El Ángel Exterminador”, “Simón del Desierto”, “Él” y otras más, todas con excelentes resultados.
En el año de 1961, regresa a España, donde dirige “Viridiana” con Silvia Pinal, basado en la novela de Pérez Galdós, igual que su otro filme español “Tristana” (1970), protagonizada por Catherine Deneuve. La etapa final de su carrera es francesa, filma una trilogía que produce Serge Silberman, donde analiza a la burguesía, con imágenes de engaño, falsa apariencia, destrucción y la fascinación por el amplio repertorio de símbolos que presenta en cada una de estas tres películas “El Discreto Encanto de la Burguesía” (1972), ganando un Oscar de la academia de Hollywood, “El Fantasma de la Libertad” (1974) y “Ese obscuro objeto del deseo” (1977).
En las últimas décadas de su vida pudo filmar con mayor libertad y presupuesto, sobre todo en Francia, así realiza una de sus más geniales obras maestras “Bella de día”, de nuevo con Catherine Deneuve. Años más tarde, regresa a México, a su “entrañable casa” y segunda patria. Ahí decide pasar el resto de su vida, donde muere en la Ciudad de México a la edad de 83 años.
Su obra completa se caracterizó por una formidable coherencia, a pesar de todas las vicisitudes que tuvo que enfrentar; sin embargo, en todas sus películas siempre integró muy discretamente secuencias Surrealistas.
Y también dio a conocer un concepto muy personal de una moral netamente escrupulosa, una lección que Luis Buñuel quiso legar al Mundo, porque él mismo decía:
”la imaginación humana es libre, el hombre no”.
Por El Profe Toño Castro
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