En diferentes culturas aparece el concepto de dualidad, que viene a ser el opuesto de algo pero a la vez su complemento; así por ejemplo, tenemos al Sol y la Luna, el bien y el mal, el día y la noche, etc.
Miguel de Cervantes Saavedra, pone una cierta dualidad en el ser humano cuando escribe el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha; relata las aventuras de un hombre que enajenado con las novelas de caballeros andantes, intenta protagonizar batallas de caballeros cuando en su espacio temporal ya no existían.
Para emprender sus aventuras y ser como uno de los personajes de los cuales se había enamorado, necesitaba de un fiel escudero a quien reclutó a base de muchas promesas y que vendría a ser Sancho Panza. Además de un buen escudero, necesitaba de una doncella y de un hermoso caballo; este último no era más que un caballo flaco de color blanco al que después de varias pruebas de un nombre apropiado para un caballero de su envergadura lo llamó Rocinante y que, según él, no había un caballo parecido. Por doncella toma a una mujer que encontró realizando quehaceres domésticos y que, diciéndole cosas muy atrevidas lo apedreó y lo dejó muy golpeado, aun así la tomó imaginariamente por su fiel amada Dulcinea del Toboso, a quien en realidad le había cambiado su verdadero nombre por parecerle poco elegante para su amada, pues para él era una aproximación de princesa, ella era su inspiración para emprender cualquier aventura en un inmortal caballo que en nada se parecía, al igual que su doncella, a lo que relataba cada vez que los describía.
Este hombre soñador con un sinfín de ilusiones, con muchas aventuras imaginarias que contar, que crea su propia realidad, este hombre que emprende las más violentas batallas y que hace la guerra a todo aquel que comete injusticia, este Hidalgo que idealiza y que vive emocionado con el amor de una mujer que no existe tal cual, pero que él se inventa tantas cualidades como son posibles y la imagina de inigualable belleza cuando se dirige a ella, no es más que la parte de cualquier hombre, del hombre que se enamora y que emprende muchas cosas en la imaginación por el amor de una mujer que en muchos de los casos no es correspondido, como en el caso del Quijote y que a veces carece de la belleza con que nosotros las describimos, como sucedió con Dulcinea del Toboso.
El amor es un ideal poderoso pues nos hace crear un estado fantástico donde, ¿quién no quisiera ser el héroe de la mujer que ama?, ¿quién no se ha imaginado eventos que culminan con la admiración de la mujer cortejada?, ¿acaso no somos el Quijote en esos instantes que emprendemos cosas vanidosas por conquistar el corazón de una mujer? Esta parte del hombre que imagina idilios, ha creado poetas, escritores, músicos, pintores, suicidas, etc., pero se complementa con el otro. El hombre moderado, que ve con los ojos de la prudencia y de la objetividad, que corrige los actos absurdos o ridículos del Quijote a quien le pide frecuentemente que no se meta en complicaciones, este hombre que lo acompaña siempre y que por nombre lleva Sancho Panza, es quien le quiere hacer ver la realidad pero el Quijote afanosamente se niega.
Tenemos pues, como seres humanos, esta dualidad que viene a ser por un lado el hombre que sueña, que ilusiona, que vive en un mundo fantástico y, por el otro, tenemos en nosotros mismos al que regula los actos que quieren salirse de nuestro actuar razonable, al que nos hace poner los pies sobre la tierra y que nos dicta aquello que debe ser correcto.
Seamos pues el Quijote, amemos no solo al sexo opuesto, sino a las cosas, a la vida misma, hay que enamorarse hasta de lo que hacemos, pues aquel que no ama lo que hace, será un desocupado aunque lo haga todo el día, decía Cabral. Seamos también Sancho Panza, equilibremos nuestros actos para no caer en ridiculeces o fantasías extremas.
Por Félix Blanco Nava
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