Cuando cerró los ojos empezó a ver. Una gran pradera a sus pies, de un verde oscuro como los pinos, pasaba tan de prisa que, apenas podía enfocar.
Una luz a los lejos penetraba en sus pupilas, aunque no podía distinguir, o más bien, no tenía una definición para esa bella luz, sabía en su interior que debía seguirla, comprendía que era su misión y al mismo tiempo tenía terror.
Sentía la sangre correr por sus venas y el latido de su corazón se hacía presente en sus oídos, esa sensación la hizo retroceder y parar su viaje.
Notó que estaba suspendida en el aire, vio sus manos y sus pies flotando e intentó mirar su espalda por el rabillo de sus ojos y encontró unas grandes, desgastadas y hermosas alas. Tanta fue su impresión que empezó a descender rápidamente. Sentía el aire gélido chocar contra su cara y la necesidad de cerrar sus ojos para hidratarlos, la hizo sentir en el vientre unas punzadas, un apretón fuerte. Intentó abrirlos pero, en ese momento, sintió el dolor del pasto raspando todo su cuerpo, haciendo pequeñas cortadas por toda su piel.
Cuando recobró fuerzas, estaba tirada boca abajo y se puso de pie tan rápido como pudo. Quiso refugiarse, encontrar un lugar a salvo y entender su naturaleza. Estaba totalmente desconcertada, pero en ese momento sabía que tenía que ir ahí, su inconsciente la obligaba a llegar a esa luz circular que iluminaba delicadamente la pradera. Su instinto la hizo voltear a verla, y ahí estaba, perfectamente acomodada en el horizonte, llamándola, añorándola, reclamándola como suya.
Sintió un cosquilleo por todo el cuerpo, junto con la inevitable sensación de correr, tan rápido como le era posible, para alcanzarla, aunque a medida que avanzaba la veía más lejana.
Brincó tan alto como pudo y no lo consiguió, gritó pidiendo su ayuda tan fuerte como pudo, pero la esfera de luz seguía ahí, tranquila, inmutable, sintiendo que pasaban horas o días tal vez.
La añoranza, la necesidad y la felicidad que le causaba llegar a ella, pasaron frente a sus ojos, mientras se le llenaban de lágrimas al comprender que jamás llegaría hasta su sueño.
Lo único que recordaba en su vida era esa ilusión en la que había puesto todo su interés y dedicación. No tenía otro cometido en esta vida, más que el simple hecho de tocarla, tocar la felicidad.
Escuchó una voz en su interior- ¡Volar!- ¿Volar? ¡Ella podía! Pero, ¿cómo? Lo había hecho esa misma noche, pero, ¿cómo?
Desde lo más profundo de su ser lo deseó, lo anheló y comenzó a elevarse. Sintió una emoción electrizante correr por su interior. Revoloteaba mientras alcanzaba altitud, llena de vida. Imaginó el preciso momento en el que llegaría a ella, visualizó su satisfacción materializada y supo que nada la haría sentir más completa.
Recordó. -Un momento-
Imágenes nítidas llegaron a su cabeza, como agujas encajándose en su cerebro, de un pasado, lo suficientemente doloroso como para haberlo querido sacar de su interior. Tan bloqueado, tan obstruido por su mente. Percibió en sus entrañas una amargura indescriptible, su cuero cabelludo picaba y sintió un hormigueo en su piel.
–Sangre- no veía sangre, pero dolía como si hubiera. Se sentía rota, de ese roto que es imposible de pegar. La luz le había hecho eso, recordó haber llegado junto a ella, sintió su superficie tan perfecta como lo había imaginado, tan deslumbrante y tan quieta, pero sin rastro de emoción en su interior. El resplandor la exigía como suya, sin embargo, cuando finalmente la tenía, su brillo disminuía. Se hacían daño, se quemaban mutuamente. Se tenían, pero se perdían en ellas mismas, hasta quedar irreconocibles y vacías. Supo que aquella vez no había sido la primera ocasión, ni la segunda.
Tuvo la necesidad de llegar a ella, para aclarar su mente. Quiso reclamarle el tormento del que era culpable, gritarle hasta quedarse sin voz y tal vez si lloraba lo suficiente, se desvanecería en ese momento dejando de existir.
-Luna- era el nombre del destello culpable. Tan melancólico que le quedaba a la perfección, tan culpable por ser tan bella. Voló hasta allá, sintiendo nervios. Lista para enfrentarla con toda la cólera que se almacenaba en su interior. Preparada para lo que se avecinaba y, al mismo tiempo, sintiendo un gran amor.
Ella despertó, con el corazón sobresaltado y notó el gran vacío y el olor de la fragancia que había dejado en la cama, su Luna.
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