Yo, Madre Naturaleza, postrada en mi lecho de muerte, en el límite de mis fuerzas y en pleno uso de mis facultades mentales, escribo este testamento para dejar en el papel mi legado a la que se autonombra “Humanidad”:
A los que matan pájaros sólo para presumir ante los amigos su buena puntería;
a los que comen carne y huevos de tortuga sólo porque está prohibido hacerlo, porque creen que tienen poderes reconstituyentes;
a los que se sienten realizados por usar botas de piel de cocodrilo, cinturón de piel de serpiente y abrigos de animalitos de piel vistosa, llamativa;
a los que tiran la basura en todos los lugares excepto en los basureros, mostrando su forma de vivir, su forma de ser;
a los que desperdician el agua con el absurdo pretexto de que tienen todo el dinero del mundo para pagar el derroche;
a los que con eficiencia de cirujano cortan árboles sin preocuparse por sembrar otros para reponer el daño hecho;
a los que se empeñan en arrojar a la atmósfera todo tipo de gases tóxicos con la ingenua creencia de que ellos no los respiran;
a los que asustados por las palabras “trabajo honesto”, atrapan y venden animalitos que están a punto de extinguirse;
a los que se consideran profesionales de la decoración y adornan sus muebles con pieles de venado y jaguar;
a los que dañan la tierra haciendo quemas con la falsa creencia de mejorar las cosechas;
a los que arrojan todo tipo de contaminantes a los lagos, matándolos, secándolos, lenta y agónicamente;
a los que les parece más hermoso ver las mariposas ensartadas con alfileres dentro de un marco, que verlas volar;
a los que contaminan con ruido, especialmente a los que consideran el automóvil una discoteque ambulante;
a los que desde tribunas utilizan a la contaminación como bandera política de moda y dicen protegerme a mí, la Madre Naturaleza y resulta que son de los que más daño me hacen;
y a los peores de todos, a los que radican en los bordes del lugar donde se originó la vida, a los que viven a orillas del mar, una de mis partes vitales más importantes, tesoro de riquezas alimenticias y de esparcimiento, a los que lo dañan arrojando sus excrementos, sus botes de plástico, sus latas de cerveza.
A todos y cada uno de ellos, Yo Madre Naturaleza, dejo el siguiente legado:
Mi eterna maldición por el absurdo de no reconocer que sus actos son un suicidio;
les dejo una atmósfera sin aromas de flores;
les dejo un cielo gris, sin blancas nubes;
les dejo una salud precaria, con enfermedades del corazón, de pulmones y el cáncer en todas sus formas;
les dejo un extenso suelo desértico para que siembren todas las variedades de cactus;
les dejo extensas playas de aguas con olor y consistencia de excremento;
les dejo esa no tan agradable sensación de hambre crónica;
les dejo animales disecados y en estampas de libros para que digan a sus hijos que ustedes exterminaron a esos seres;
les dejo lagos que parecerán rostros de acné y espinillas de la corteza terrestre;
les dejo montañas desnudas de vegetación y nieve;
les dejo para beber un líquido que tiene de todo menos agua pura;
les dejo un mundo sin color, amaneceres sin transformación rojo-anaranjado-amarillo;
y, finalmente, les dejo la oportunidad de recapacitar, actuando desde ahora para que todo lo que dije anteriormente sean mentiras, porque, querida humanidad, aún no estoy desahuciada, si todavía me quieren, pueden ganar, sólo falta querer hacerlo para que logren salvar mi vida.
Por Rafael Lobato Castro
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