La idea y redacción del presente artículo inicia cuando en la casa del autor del mismo, un día se le sirve de comida como único platillo ¡calabacitas con crema! Al estar buscando en el plato, entre el vegetal picado, algún pedazo de chuleta ahumada, la señora de la casa observando la maniobra aclara con tono que no admite discusión: “¡Hoy no hay nada de comida relacionada con carne!”
La polémica sobre los alimentos “buenos” y “malos” para la salud humana ha encontrado vigencia en los tiempos modernos. Supuestamente los flacos y bellos están mejor ubicados en la escala social que los barrigones y feos. Y dicen los naturistas: todo tiene que ver con los alimentos que consumimos. “Nuestro cuerpo es un templo al que debemos cuidar y respetar”, dicen los ‘tragapasto’ (tragapasto es una forma muy respetuosa que utilizo para llamar a los vegetarianos). Las conclusiones sobre la dieta ideal universal todavía están en el aire. ¿Ha escuchado usted eso de que cada cuerpo responde de manera diferente a los alimentos y medicinas?
Mientras los vegetarianos atacan con su lista de: betabel, espinaca, verdolaga, zanahoria, pepino, alcachofa, cilantro, papa, acelga, ejote, berro, coliflor, pápalo, brócoli, lechuga, col, aguacate, huazontle, calabaza, albahaca, manzanilla, yerbabuena, chayote, nopal, ajo, chícharo, apio, espárrago, berenjena, remolacha, judía, pimiento morrón, jitomate, quelite, cebolla, rábano, chile, maíz, haba y lenteja; los carnívoros nos defendemos con lo nuestro: lengua, seso, tripa, chorizo, chamorro, cachete, jamón, salchicha, ubre, ojo, criadilla, panza, hígado, médula, sangre, patitas, costilla, cuerito, buche, trompa, queso de puerco, lomo, maciza, chicharrón, tocino y oreja. Certificando ante notario público que no estoy albureando a los finos lectores.
Y se entiende la cara pálida de los vegetarianos, en su dieta carecen de varios aminoácidos esenciales (esos eslabones que forman la cadena llamada proteína). Y como el sabor de las verduras verdes y el pasto de jardín es prácticamente lo mismo, a las ensaladas, para darles sabor y poderlas tragar, los vegetarianos inventaron algo que se llama ‘aderezo’, y sirve para bañar la mezcla de pastura. Hay diferentes aderezos, principalmente una revoltura hecha de salsa dulce de jitomate, mayonesa y mostaza.
Los carnívoros no somos tan chocantes. A la clásica carne asada en el jardín con los cuates, siempre la acompañamos con cebollitas, rábanos, papas y chayotes asados, y una salsa verde o roja con ajo, cebolla, cilantro, jitomates y chiles, es decir, toda una guarnición de verduras. Sin embargo, casi todos los vegetarianos prefieren morir, antes que probar un gramo de carne roja. Algunos vegetarianos son condescendientes con nosotros los carnívoros y bajan de su pedestal un escalón para comer huevo, leche, yogurt, queso, y carnes blancas como pollo y pescado. Se habían prohibido la mantequilla hasta que descubrieron que a la margarina le falta un grado para ser plástico. Su sentimiento de nostalgia, de añoranza por los productos cárnicos los ha hecho reinventar con la soya productos con sabor y textura del chorizo o la carne para hamburguesas, tratando así de reducir su culpa por el abandono de estos manjares.
Continuando con la tabla de comparaciones, los carnívoros llevamos una vida normal, sencilla, bastante ordinaria; en cambio, los vegetarianos suelen hacer de su vida un surtido de actividades raras, extrañas: se dedican a estudiar el esoterismo, las ciencias ocultas; se visten con manta blanca y en los equinoccios y solsticios se suben a las pirámides y levantan los brazos hacia el cielo según para ‘cargar energía’; leen el tarot, se hablan de tú con los extraterrestres, y se mandan hacer su carta astral. Los carnívoros no somos sofisticados en la lectura, a veces nos basta con repasar el periódico del día; los vegetarianos leen cosas de doctrinas orientales y tienen sus guías espirituales como Rius y sus libros ‘La panza es primero’ y ‘El yerberito ilustrado’, o Conny Méndez y sus libros de ‘Metafísica’, o Rodolfo Benavides y sus ‘Dramáticas profecías de la Gran Pirámide’.
Y como si fueran asuntos de prendas de vestir, los vegetarianos tienen sus alimentos de moda. Hace unos ayeres fueron los germinados, el salvado y germen de trigo; después fue la soya, siguió el nopal. Hoy el grito de la estación es la linaza. Y con esto han hecho de los productos naturistas un verdadero negocio. Se siente uno vaca en las mañanas con eso de la granola y el cereal de avena. Cosas que antes se cortaban gratuitamente de una vereda o un camino de terracería, que servían simplemente como ingredientes nutritivos de un alimento comercial balanceado para aves, cerdos, y ganado, hoy los envasan en botes con una etiqueta que habla de las propiedades curativas recientemente encontradas en el ‘producto maravilla’ y los venden en cientos y hasta miles de pesos.
También dicen los vegetarianos que la carne es alimento proveniente de cadáver, algo que sólo deberían comer los zopilotes porque ya es algo muerto; la ingenuidad en su máxima expresión, como si las papas, las zanahorias o los rábanos desbordaran vida días después de arrancados a la madre tierra. También dicen que como cigarro, la carne produce cáncer porque ahora se engorda el ganado en menor tiempo, inflándolo con sustancias de laboratorio como el clembuterol, y ellos se hacen patos con el uso ya indiscriminado de las semillas transgénicas en las hortalizas nacionales de efectos secundarios a largo plazo bastante macabros. Además no olvidar los fertilizantes químicos y pesticidas que se usan en los sembradíos.
Finalmente, los vegetarianos tienen el problema que como secta religiosa nueva, sus practicantes quieren convertir a todo mundo con gran oratoria, hablando de las bondades de los vegetales. Mientras, los carnívoros no andamos tratando de lavar el cerebro con lo delicioso de entrarle a la birria, la barbacoa, el relleno, o los tacos al pastor. Podemos concluir como decía mi santa abuela: “Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”. Una dieta balanceada, una buena combinación de frutas, verduras, carnes, granos y semillas, sin caer en excesos hacia cualquier lado será lo mejor.
Por Rafael Lobato Castro
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