Pulsa «Intro» para saltar al contenido

¿Amar sin condiciones?, una breve explicación del amor

amor-sin-condiciones

“Todas las pasiones son buenas cuando uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando nos esclavizan.” Jean-Jacques Rousseau.

¡Nunca me vuelvo a enamorar!, decimos en cada ruptura, pero ¡por supuesto que lo harás!, el amor es inherente a la condición humana. La historia y la vida misma están contadas con grandes historias de amor, desde las más pasionales y repletas de drama como Romeo y Julieta, hasta las más idealistas como Don Quijote y Dulcinea. Mucho se ha escrito de amor y aun así no logramos comprender del todo a dicho fenómeno social. Desde una visión bioquímica, el amor no es más que la activación de neurotransmisores (norepinefrina, oxitocina, dopamina) que producen placer debido a la segregación de sustancias corporales o también llamadas hormonas endógenas u “hormonas del cariño” (feniletilamina, fenilalanina, endorfina y epinefrina) a raíz del contacto de los sentidos con la otra persona, ya sea el olor, un aspecto físico agradable, una caricia, una voz amable, entre muchas otras cosas. Dichas sustancias producen en nuestro cuerpo una sensación de bienestar constante debido a reacciones del cuerpo producidas a través de estas “drogas internas”: palpitaciones, sudoración, gran energía, mayor oxigenación celular, liberación de grasas y aumento muscular, mayor regulación del sistema inmunológico, entre otras. Todo ello, según algunos estudios (Propuestos en primera instancia por Donald F. Klein y Michael Lebowitz), tiene una duración de dos a tres años aproximadamente debido a que el organismo se hace resistente a estas sustancias, decayendo el efecto, siendo necesario lo que le llaman una nueva “ducha bioquímica”.
Desde un plano literario, las historias son inacabables; en la Biblia podemos encontrar a Isaac y Rebeca como un ejemplo de amor a primera vista; en literatos famosos el amor de Florentino Ariza a Fermina Daza, descrito por García Márquez como el ejemplo mismo de un amor incondicional y paciente; en poetas como Benedetti quién espera curarse de un amor; en la música donde la mujer del “Muelle de San Blas” vive el amor eterno, y así desde lo más puro hasta lo más visceral, el amor coincide en algo, depositar en alguien desde lo más sublime a lo más intenso de nuestro sentir.
Socialmente, desde pequeños aprendemos que amar trae recompensas, cuando por primera vez, después de escucharlo repetidamente decimos las palabras te quiero o te amo a nuestra madre, observamos en su cara una sonrisa plena y recibimos halagos, festejos y caricias a cambio. Entonces ¿amar nos premia? Bueno, pues es lo que hemos aprendido, ya sea en casa o en pareja con los múltiples discursos de “si me dejas amarte haría todo por ti”, “lo hago porque te amo”, “te amo tanto que…”  Y así, con esa idea del amor forjada desde la cuna, cuando las cosas no resultan como creíamos o la otra persona no nos premia como queríamos, caemos en la idea de que el amor no sirve para nada y que no volveremos a amar pues nos “han lastimado”. Y realmente ¿nos lastimaron?, ¿O simplemente la respuesta no fue la esperada?
En sí, gastamos gran parte de nuestro tiempo en buscar el amor que terminamos forzando a los demás a amarnos o nos obligamos a nosotros mismos a estar enamorados, sufriendo en extremo los desaciertos que conlleva depositar las esperanzas en el otro. Y no con esto invito al lector a no amar, es al contrario, una invitación a amar de manera que sea consciente que no siempre habrá premios en cada batalla, y que la primera persona a la que debemos enamorar es a la que convive diario y soporta nuestros cambios continuos, nosotros mismos… por muy trillado que esto parezca. Pues, ¿qué podemos ofrecer a los demás si no conocemos cada minúscula parte de nuestra persona? Así que, cada vez que exijamos pase la pareja tiempo con nosotros, convivamos un poco con nuestra soledad, cuando nos molestemos porque no recibimos una muestra de afecto, aprendamos a consentir nuestra persona con algo que nos satisfaga, y una vez conocido quienes somos he invertido el tiempo necesario en satisfacer nuestras necesidades de crecer y desarrollarnos, podremos decir: “Este soy yo, esto tengo y esto me lo quedo”, sin tener que amoldarnos a lo que el otro quiere, y sin querer hacer del otro quien no es. Y sólo así, una vez aceptado el contrato entre ambas partes, podremos decir que se ama de una manera real, y si en el transcurso, la relación no funciona, será más fácil seguir la búsqueda sin “caer en el lodo”.

Por Psic. Ana Laura Méndez / psicanamm@hotmail.com

Imagen de ybanrt

Sé el primero en comentar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *