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Al grito de guerra

Por Fernando J. Liceaga

Hace  años platicando con un canadiense, pregunté su opinión sobre la artesanía de los pueblos de Primeras naciones, como ellos llaman a las tribus que existían y son aún parte de la población, antes de la llegada de ingleses y franceses.

Si sentía orgullo por los grandes Tótems y las fantásticas tallas en madera de animales y espíritus de tierra, fuego, aire y agua. Muy tranquilo me contestó que no tenía por que sentir ningún orgullo por esas cosas que, habían elaborado los pueblos anteriores a la llegada de los colonizadores de los que él, era descendiente. Que es canadiense por nacimiento como lo son sus padres, pero que sus ancestros venían de otros países. Al principio pensé que la postura era solo “pose”, siendo que él estaba en camino para dedicarse al arte. Pero al darle vueltas al asunto, me encontré con que definitivamente estaba de acuerdo con él. ¿Por qué estar orgulloso de algo que ya existía allí a la llegada de otros pueblos? Nuestro país, por ejemplo. Nos hemos adjudicado la fama de la belleza arquitectónica de un sin fin de piezas arqueológicas. Unas pequeñas y otras monumentales, que estaban aquí antes de la llegada de los conquistadores. Edificios, joyería, códices, conocimientos astrológicos, literatura, etc., que en verdad no nos pertenecen como la nueva nación que somos. Como quién dice: “los adoptamos” por conveniencia. Al menos así lo visualizo. O sea, NACIONALIZAMOS algo que otros crearon otros con los que, (tal vez esto cause escozor), la mayoría de los mexicanos, nada tenemos que ver. Aclaro. Los nuevos mexicanos nos llamamos así por que ese nombre se le dio a este país por una de las naciones, primeras naciones podríamos decir, que vivió aquí y sojuzgó a gran parte de los demás pueblos que cohabitaban con ellos el territorio nacional. Los Mexicas o Aztecas. Pero, ¿cuantos de nosotros realmente descendemos de estos primeros pobladores? ¿Somos realmente legítimos herederos de esas culturas de las que hacemos tanta alharaca? ¿O somos más herederos de los conquistadores a los que se nos ha inculcado ver como villanos? El Árbol de la noche Triste es monumento nacional a la derrota sufrida por tales bellacos ante las fuerzas heroicas de los aztecas. ¿Que hay con aquellos mexicanos de apellido Cortéz? ¿Cuál sería su bando? ¡Sobre todo después del mestizaje!  Y ya que tocamos ese punto:  ¿cuál es el suyo? Por que si abrimos el directorio telefónico de cualquier estado de la república, podría apostar que la inmensa mayoría, tiene apellido extranjero. Pocos habrá que tengan apellidos autóctonos o “realmente” sean descendientes de esos pobladores de los años 1500. Indios les decimos. Palabra que además siempre suena un tanto déspota. Será por que la mayoría de nosotros le da ese dejo, esa connotación a rebaja; a iletrado; a inferioridad; a yo no soy indio. (¡Éjele, pero seguro si mestizo!)  Entonces tampoco tendríamos que andarle presumiendo a los amigos extranjeros de las pirámides o el calendario azteca o que los mayas dijeron o hicieron. Por que esos mal llamados “indios” (no son de la India) si son descendientes de ellos.

Tal vez ya no ostenten sus nombres en dialecto, por aquello de la “evangelización”. Pero en sus genes siguen siendo mayas, lacandones, huicholes, raramuris, totonacas, tzotziles, chichimecas, mexicas y ojala me supiera la larga lista de pueblos que estaban aquí antes de que mis bisabuelos llegarán de allá, del otro lado del mar. Por que yo soy mexicano por nacimiento. Mi mestizaje nada tiene que ver con los primeros pobladores. Mi orgullo de mexicano tiene que ser por aquello que se haya hecho después del arribo ancestral. Cosa que creo se debería enseñar en las escuelas. Una nacionalidad que no tenga que andarse agarrando de lo que otros hicieron y lograron. Una enseñanza en la que aquellos que, como yo y la inmensa mayoría de mexicanos, son nietos, bisnietos o tataranietos de esos conquistadores que destruyeron una nación, si, pero crearon otra nueva y abrieron camino a los colonizadores de otros muchos países que llegaron después. Tal vez si nos enseñaran que no somos herederos de una nación derrotada, ganaríamos un mundial de futbol. No tendríamos mentalidad perdedora y agachada. Quién sabe, tal vez volveríamos a sentir el latido de la sangre en las sienes; la furia por estar arrinconados, el orgullo de ser parte de esta nueva nación. Y temblaríamos, con nuestra tierra, al sonoro rugir del cañón.

Imagen de karenswhimsy.com

Un comentario

  1. Sheila Sheila Ene 6, 2012

    Fernando: me parece que entiendes mal nuestros orígenes como mexicanos. Los diversos grupos indígenas que habitaban Mesoamerica desde antes de la llegada de Cristobal Colón, ya conformaban ciudades, ya eran sociedades organizadas. Eso no se le debe a los españoles. Al contrario, ellos aprovecharon todo eso y tanto así que el mismo D.F. literalmente está soportado por Tenochtitlan. Actualmente, es lógico que haya una gran mezcla entre los indígenas mexicanos y españoles, franceses etc. porque era inevitable con el paso del tiempo. Sin embargo, en México, sabemos que nuestras raíces provienen de los grupos étnicos que citas en tu artículo, la mezcla con extranjeros es secundaria. En cambio, E.U. es un país netamente de inmigrantes europeos que mataron a los indígenas. Hoy en día, a los  descendientes de éstos quieren compensarlos con dinero por lo sufrido en el pasado. En Canadá, también mataron indígenas y a otros los confinaron en ciertas zonas donde en la actualidad puede verse totalmente establecidos. Por ello, yo considero ambos países y sus ciudadanos SIN IDENTIDAD. En cambio, los mexicanos seguimos teniendo raíces indígenas y para ello sólo basta que observes las facciones que tenemos. Por tanto, el dilema que planteas al final de tu artículo está lejos de ser derivado de nuestras raíces. El ser un país de ganadores, que sienta orgullo de sus raíces, entiéndelo bien, estriba en la educación.

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